Esa mañana me recogieron temprano, y me subí desprevenida a la camioneta que me llevaría a la aventura, un tanto tímida porque iba sola, estaba un poco cansada por la rutina de la semana, y fue así como emprendí un poco adormilada el camino. Intuía la belleza que me esperaba, pero en realidad no tenía idea de que iba en poco tiempo iba a internarme en medio de uno de los lugares más milagrosos del planeta.
Nos habituamos a la ciudad, no hay lugar a dudas; a la pantalla del computador, al tráfico diario, a nuestras casas, escaleras, calles. Y a la porción de árboles, flores, aves y jardines a nuestro alrededor. También hay belleza allí. Pero no imaginamos que a algo más de dos horas de Bogotá, otro universo existe.

Montañas pobladas de frailejones en flor, neblina que mágicamente rodea el paisaje, una sensación de paz, de liviandad... Y de pronto, un venado. Es casi una locura, uno acaba de dejar apenas nada la 82 con séptima para subir a la Calera, tomar rumbo a Chingaza por la carretera a Choachí, y de pronto, toda imagen a la que estamos acostumbrados se sale de lugar. Tenemos venados! Pensamos en venados y nos imaginamos un lugar lejano, en Europa, o América del Norte. Y solo en nuestro parque Natural de Chingaza contamos con especies como el Oso de Anteojos, el cusumbo, el águila, el cóndor, el venado de cola blanca, el venado colorado, y muchos más, especies en peligro, protegidas con sumo cuidado en esta reserva.
Más adelante, nos detuvimos en un paraje extraño. En la zona operaron empresas de extracción de cal, y todavía quedan rastros de las construcciones. Privilegiadamente varias empresas comprendieron el valor del negocio de la conservación, y se han ocupado, junto con el Acueducto de Bogotá, a recuperar la zona. De tal manera, que los despojos de cemento están tapizados de plantas y musgos, dando como resultado un paraje de hermosura particular. De repente descubro que estoy parada encima de un mundo vegetal en miniatura, diminutas flores rojas, lilas, amarillas, blancas crecen tupida y alegremente sobre este terreno; me sentí gigante en un mundo mínimo, diverso y absolutamente bello, y lo único que quise fue volar, para ni siquiera alterar con mis pisadas tal belleza. Otro milagro de la vida en Chingaza, pues el tamaño en miniatura de estas plantas resulta en ciertas condiciones del páramo como una manera de estas plantas de optimizar sus recursos ante las condiciones del piso térmico.
La explosión de la vida es total en este lugar; el Parque Chingaza contiene más de 2000 variedades diferentes de plantas. Y así como de mágico es que florezcan tantas plantas en un lugar en el que la altura aparentemente no lo permitiría; es de mágico cómo florece agua de las rocas, en medio de la montaña.
De este viaje corto pero transformador me quedan varias sensaciones. Siento que aprendemos a desconectarnos, y pienso en cómo podemos acaso sentirnos tristes, o agobiados, y no nos permitimos sentir tantas veces la vida con todas sus maravillas; hay mucho por mirar, por conocer, por sentir. Siento que no conocemos a plenitud lo que tenemos en Colombia, y por eso nos sorprende tanto nuestra riqueza. Eso está bien, sorprenderse, pero no debería ser por desconocimiento, sino por sensibilidad. ¡Solo se ama lo que se conoce!
Qué trabajo tan importante de Día de Aventura, de compartir con otros desprevenidos como yo, que a pesar de amar tanto la naturaleza, no nos habíamos dado el placer, de conocer las maravillas que nos rodean. Y todo lo que falta por descubrir!
Sin contar las arepas deliciosas en el camino, los amigos conocidos en el viaje, el perrito que encontramos... las atenciones maravillosas del equipo de Dia de Aventura, bueno... un viaje delicioso!
Gracias Mario, Gracias Giovanni, por energizarme con este Día de Aventura!
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